Trabajos forzados.- El juez enterró mi libertad en un habitáculo de tres por dos y abrió las compuertas del infierno en forma de pan, agua y trabajos forzados. No existía la noche. No existía el día. El tiempo se difuminó en una pesadilla de la que no despertaría hasta el día de mi muerte, cuando mi alma, por fin, se abrió a la amplitud de una nueva dimensión.