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Delirios de autor (el blog de Manuel Fernando Estévez Goytre)

Blog dedicado al autor Manuel Fernando Estévez Goytre y su obra

Granada antigua y el reino nazarí

Publicado en 24 Octubre 2018 por deliriosdeautor Manuel Fernando Estévez Goytre

Granada antigua y el reino nazarí

Granada antigua y el reino nazarí.-

IV.- La dominación romana.-

 

Por Manuel Fernando Estévez Goytre.-

 

La dominación romana

 

 

Ilíberis o Iliberri, incluida en un principio en la Hispania Ulterior, obtiene el estatuto de municipio bajo el nombre de Municipium Florentinum Iliberitanun. Más tarde pasa a formar parte de la Bética para incorporarse, ya en el siglo I d. de C., al Conventus Astigitanus.

 

Durante las Guerras Púnicas, consecuencia directa de la enemistad manifiesta entre Roma y Cartago, suceden los famosos episodios de Aníbal, Asdrúbal y Almílcar Barca, si bien, debido a la extensión que ocuparía el análisis, descartamos su desarrollo en este estudio, dedicado, como ya sabemos, a otros pueblos y a otras zonas geográficas. Sí indicaremos, en cambio, que la civilización ibérica es ya una realidad en la Península.

 

La segunda Guerra Púnica sitúa al pueblo romano en las puertas de Granada. Tras la derrota y expulsión de los cartagineses de Cerdeña, Sicilia y Córcega, el general cartaginés Almílcar Barca desembarca en Cadiz en el siglo III a. de C., concretamente en el año 237. Pronto conquista el valle del Guadalquivir y se aproxima hasta la región granadina, a la que no tarda en llegar. Pero Roma, en su afán por arrinconar al enemigo cartaginés y alejarlo lo más posible de sus dominios, envía varias legiones a la península Ibérica. Es Publico Cornelio Escipión quien se introduce en territorio bastetano y poco a poco se impone al enemigo, sometiendo las regiones costeras primero, las interiores después y conquistando paulatinamente todos los poblados y ciudadelas que encuentra a su paso.

 

Pero la Hispania Ulterior se rebela contra Roma y las consecuencias no se hacen esperar. Los generales romanos actúan con energía en la Península ampliando sus fronteras, lo que no quiere decir que los bastetanos no vuelvan a levantarse contra el opresor en los albores del siglo II a. de C.

 

Durante la romanización, la Península se divide en la Hispania Citerior y Ulterior, y más tarde, en torno al año 30 a. de C., los territorios de la Granada Ulterior se reparten entre la Tarraconense (Baza, Guadix y Huéscar) y la Bética (Loja y el valle del Genil).

 

Sin embargo, la cultura autóctona no desaparece del todo, como así lo demuestran la cerámica de rasgos ibéricos, la arquitectura de los ritos funerarios o el sentimiento religioso de los indígenas, que aún perduran en las capas más bajas de la sociedad. Se sigue utilizando moneda de cuño ibérico y los jefes íberos colaboran con las tropas invasoras a cambio del mantenimiento de ciertas costumbres y tradiciones. La clase alta de la sociedad íbera se posiciona claramente del lado romano para mantener su estatus. Roma les concede, entre otros privilegios, el derecho de ciudadanía. Así, los territorios peninsulares, y la zona de Granada no es una excepción, se van romanizando entre nombramientos de cargos nativos por parte romana y la aceptación del derecho y las nuevas costumbres llegadas del exterior por parte de los pobladores de la Península.

 

Respecto al urbanismo, lo que hoy conocemos como San Nicolás experimenta un fuerte crecimiento durante el Alto Imperio. Se extiende hasta más allá del Darro por un lado y el Mirador de Rolando por otro. Así lo prueba el hallazgo de varios cementerios ibéricos en la zona. De igual manera, la aparición de restos en la Cartuja, San Miguel Alto u otros puntos de la ciudad demuestran el crecimiento demográfico de la Granada romana, una época durante la que se construyen templos, santuarios, termas, teatro, anfiteatro u otros edificios públicos de importancia.

 

En cuanto al tráfico marítimo, es evidente que se encuentra en constante aumento. Los antiguos puertos fenicios y griegos del Mediterráneo alcanzan un desarrollo desconocido, gracias, sobre todo, a la vigilancia romana. Las ciudades se embellecen con nuevos monumentos y la moda romana es ya un hecho. La romanización se impone como norma. A los hispanos se les concede el derecho de ciudadanía y el latín se perfila como lengua oficial. El primer cónsul romano natural de territorio no italiano es Lucio Cornelio Balbo, nacido en Gades; Séneca y el poeta Lucano nacen en Córdoba y el retórico Quintiliano es natural de la Tarraconense; hispanos son también dos de los emperadores más renombrados: Adriano y Trajano.

 

La agricultura experimenta un desarrollo sin precedentes gracias al regadío y el aprovechamiento de las aguas del Genil y el Darro mediante la construcción de acequias y canales. Los cultivos más característicos de la época son el cereal, los frutales, la vid o el olivo. La industria del salazón y la minería son sectores muy importantes en la época. Se comienzan a explotar los baños, como los de La Malá, Lanjarón o Zújar, se crean redes viales y calzadas entre núcleos poblacionales y se construyen puentes, muchos de los cuales permanecen hoy día en uso.

 

Pero parece que nada es para siempre y a partir del siglo III d. de C. la cultura romana sufre un retroceso. La población urbana decae a favor de la rural. El imperio se divide entre Oriente y Occidente (Arcadio y Honorio) y los pueblos del norte, los vándalos, aprovechan su notoria dejadez y se introducen en diversas oleadas en la península Ibérica. En torno al año 240 de nuestra era los bárbaros y los francos, entre otros pueblos, saquean y devastan el noroeste peninsular y dejan a  Bilbilis (Calatayud) o Calagurris (Calahorra) en ruinas. Se pierden tesoros y muchas ciudades son borradas del mapa, reapareciendo gracias a las excavaciones ejecutadas muchos siglos después. Con el paso del tiempo bandas de vagabundos (bagaudi o bagaudas) procedentes de las Galias, se introducen en la Península y cometen todo tipo de tropelías.

 

No obstante, Teodosio restaura el orden en Hispania y declara el cristianismo como religión oficial del Imperio.

 

Más tarde, en torno al 409, llegan nuevas oleadas de bárbaros: los vándalos se establecen en la Bética, los suevos en Galicia y los alanos en Lusitania y buena parte de lo que en su día fuera la Cartaginense.

 

Años más tarde Honorio envía a los Visigodos, pueblo bárbaro aliado con Roma, para detener las invasiones que está recibiendo el imperio. Hispania pasa a manos del reino de Tolosa, fundado por los visigodos en 418. En 507 los francos derrotan a Alarico en Voullé, pero no consiguen dominar la totalidad de la Península, situación que anima a los bizantinos a reconstruir el imperio romano. Así, la Hispania romana se convierte en un reino visigodo (algunos visigodos la llaman Spania), cristianos de confesión arriana, cuya dinastía llegaría a los tres siglos de existencia. Sin embargo, Recaredo acaba convirtiéndose al catolicismo. Es común en la mayoría de los autores pensar que Spania está peor gobernada que Hispania y cae en un periodo de oscuridad, barbarie, hambre, enfermedades y miseria. Con este panorama no es difícil entender que Tarik, con un ejército que no sobrepasa los doce mil hombres, entre en la Península con una facilidad asombrosa y continúe hacia el norte sin haberlo planeado, sin encontrar prácticamente resistencia.

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